miércoles, 30 de septiembre de 2009

Saltimbanqui

Un día más me encuentro delante de un televisor que emite un partido de fútbol. En la radio mis amigos del Carrusel, claro.

Y no me puede gustar menos.

Le he prestado atención sólo un momento y un criaturito me ha puesto de los nervios: el tal Cristiano Ronaldo ese. ¿Por qué cada vez que coge el balón se pone a hacer de saltimbanqui? ¿Es que no sabe correr y dar patadas como los demás?

Si se diera el hipotético caso de que lo tuviera enfrente cuando empezara con su numerito, no dudaría en ganarme la suspensión de por vida sacando un bate para romperle las dos rodillas y gritarle después:

- ¡Baila ahora! ¡Baila niñato!

Tendrán ustedes que perdonarme. Hoy tampoco ha sido un buen día.

martes, 29 de septiembre de 2009

De todo menos risa

Ya durante la noche te lo vas barruntando. Estás medio dormido medio despierto pero ese medio agobio que tienes te dice que mañana no va a ser ni medio bueno.

Duermes mal, cuando no tienes calor, tienes frío, media vuelta pacá media vuelta pallá. Pero pillas el sueño profundo y comatoso media hora antes de que suene el despertador. Suena pero no lo oyes. Cuando te vuelves a conectar al mundo ya es demasiado tarde.

Descubres cuando menos lo necesitas que a tu caldera le han diagnosticado esquizofrenia y recibes un tratamiento de contraste térmico digno de un spa pero gratis.

Después de dar tres vueltas a la manzana pulsando el botoncito del mando del coche y esperando a que a alguno, da igual cual, se le enciendan los pilotos, se abra y te puedas ir ya, recuerdas que anoche lo dejaste en el garaje. Deshaces el camino andado, arrancas tu coche y un pitido te anuncia que el depósito está más seco que el Sahara. Bieeeeeeen.

Ya llegas más de hora y media tarde pero cuando te aproximas a tu destino se presenta un atasco inesperado. Habías olvidado que es el día de la romería del cristo de no sé qué ermita que hay cerca de tu trabajo. La gente colapsa la carretera y la Guardia Civil ha cortado tu desvío.

Después de mentar a todos los miembros del santoral, que lleva un rato, terminas por llegar al aparcamiento. Al pasar por el control te das cuenta que te has dejado la identificación en la mesa del salón. Te toca pasar por la garita y esperar para que te den un pase provisional después de que hagan lo mismo con toda la tropa de delegados de ventas del mundo mundial que se han puesto de acuerdo para joderte la vida y tener una convención el día que peor te viene.

Pasas como una exhalación por la oficina en dirección a tu mesa esperando que nadie haya notado tu ausencia. Negativo. Como junto con la identificación llevas colgado el móvil al que no has podido contestar porque sigue en la mesa del salón y todavía no dominas la bilocación, el fijo tiene siete mensajes. Cinco urgentes. Dos son broncas de las de “demasiado tarde”.

Mientras escuchas los mensajes empiezas con el correo electrónico. Lo mejor, los putos polacos (putos éstos que me amargan la vida, no el resto del país) te han dado una cuenta de envío falsa (para no apoquinar el envío supongo) y no sólo no han recibido los prototipos que estuviste preparando tres días sino que se han perdido.

Ya ha pasado la hora del desayuno y, como tampoco has podido tomarlo en casa, la hipoglucemia te invita a volver a la cama. Pero eso supondría volver a luchar con los romeros y no son gente muy amigable cuando te pones en su camino.

Así que te lo tomas por la vía nerviosa y te pasa lo que a Tom Hanks.

martes, 22 de septiembre de 2009

Historias de no dormir IV: despertares

Como ya ha sido debidamente documentado, Mi Santo tiene un dormir difícil. Pero eso no es nada comparado con sus despertares. Un oso polar se levanta mucho más fácilmente después de tres meses de hibernación de lo que a Mi Santo le cuesta salir de la cama cada mañana.

Pero él es muy consciente de esta circunstancia y tiene su técnica. Dicha técnica consiste en ponerse al menos treinta alarmas repartidas entre dos teléfonos móviles y el radio-despertador. Como esto no es suficiente, coloca los teléfonos alejados de la cama para que, apagar la alarma, implique levantarse de la cama.

Pues ni por esas.

Todas las mañanas me sorprendo a mí misma con el típico “Veeeeeeeeeeeeeeeeenga” que ya me sale clavadito al de mi madre y me da chungo de solo oírme porque se ha acabado el repertorio y el niño sigue en la cama.

Yo suelo levantarme un poco antes por lo que el festival suele ocurrir mientras que estoy en la ducha, pero una no es de piedra y también le tira la almohada de vez en cuando. Esos días soy espectadora de primera fila.

Uno de los teléfonos empieza a sonar. Cuando ya ha despertado al vecino del cuarto, se levanta, lo busca, lo encuentra, lo apaga y vuelve a la cama.

Lo mismo con el segundo teléfono.

Entonces llega la sirena del Queen Elisabeth en forma de radio-despertador. Juro que cualquier mañana lo tiro por la ventana. Se encarama en la cama, tira al suelo el libro y la botella de agua que están por en medio, encuentra el parato, encuentra el botón para apagar la alarma y la apaga. Todo esto sin soltar los móviles, uno en cada mano. La verdad es que tiene mérito.

Y entonces llega el recital de alarmitas de teléfono. Como se pone unas quince a intervalos de dos minutos en CADA teléfono, la cosa dura un rato.

Al final de toda esta agonía suele levantarse.

Pero hay mañanas que son mucho más entretenidas. Y todo es culpa de la manía de los fabricantes de aparatos electrónicos de hacerlos cada vez más pequeñujos. Hasta el punto de que nos vamos a tener que sacar punta a los dedos para acertar con los botones. Es que en casa todavía no somos de esos de tocar la pantalla y que pasen cosas.

Esta mañana, a la quinta o sexta alarma apagada empiezo a escuchar una melodía familiar.

- ¡Que me aspen si no tengo a P.J. Harvey y Thom Yorke cantando en mi habitación!

Pero no. Es el reproductor de música del móvil de Mi Santo.

Nos volvemos a quedar traspuestos.

Me despierto con la alarma y al rato escucho el típico “tuu tuu tuu” del final de una llamada. Será mi imaginación. Suena otra alarma y escucho un lejanísimo “Holaaaa?”.

En esta habitación hay demasiada gente. Que alguien me explique qué hace mi amigo Nacho en mi cama.

Consigo arrebatarle el teléfono de las manos y compruebo que en efecto estamos en comunicación con Nacho. Me pregunta que qué pasa bastante asustado. Le explico que es Mi Santo que está dormido y lo entiende. Me dice que a la cuarta llamada ya creía que había pasado algo y por eso había contestado. Después se caga un poco en nuestras muelas porque son las siete de la mañana y él vive en Londres lo que al cambio viene a ser… demasiado temprano.

Habrá que añadir a la rutina una última llamada a un número inexistente que ya sólo me falta que Telefónica saque tajada del asunto y mis amigos me dejen de hablar.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Bloqueo sensorial

Joder qué frío he pasado hoy. Y me he calado hasta las calandracas. Normal cuando sales de casa con manga corta y sandalias en un día como el que ha hecho hoy en Madrid.

Es que el tiempo es muy cabrón y le da por cambiar sin avisar. Bueno, hay quien me ha dicho que avisar sí ha avisado. No el tiempo sino sus hombres.

No tengo costumbre de mirar por la ventana antes de salir de casa pero es que, además, tengo un problema para retener según qué información. Es matemático. En el mismo instante en que la radio o la tele empieza a dar el pronóstico del tiempo, mi cerebro se pone a tierra. Se desconecta solo, me distrae con cualquier cosa como “¿a que te apetece una palmera de chocolate?” o “¿has pensado en cambiar de corte de pelo?” y a mí se me escapa la borrasca y la drástica bajada de las temperaturas máximas.

Y mira que aunque ya no podemos disfrutar de las cogorzas en directo del Maldonado tenemos algún que otro personaje entretenido como Florenci Rey (en Cuatro) o ese de la barba de la Sexta que no sé cómo se llama pero, cuanto menos, es peculiar. La verdad es que todavía no tengo claro si me hace gracia o me cae gordo. Estos tíos podían fijar un poco mi atención pero tampoco funciona.

Lo peor es que ese bloqueo sensorial se extiende a unos cuantos tipos de información más. Tampoco soy capaz de enterarme de la información del tráfico. Salgo de casa y llueve a cántaros. Y yo pienso, mira que si se ha vuelto a inundar la carretera como aquella vez y me tiro otras cuatro horas en el atasco... A ver si dicen algo. Y, acto seguido, me convierto en Homer cuando se aburre que se pone a pensar en el burro con las moscas, con esa musiquita tiruritirurá. Y me zampo el atasco.

También me pasa con los resultados deportivos. Soy incapaz de decir cómo ha terminado un partido de fútbol o baloncesto aunque lo haya visto entero. Ni qué decir tiene que es inútil que intente enterarme de algo de lo que dicen mis amigos del Carrusel. Mi cerebro hace que mi oído filtre todo lo relacionado con el deporte y sólo deja pasar las patadas al diccionario que da Poli Rincón y que hacen que me rechinen todas las meninges.

Ahora mismo saco el abrigo, la bufanda y el paraguas.

Seguro que mañana me cuezo.

martes, 15 de septiembre de 2009

La lista Murtaugh

El detective Roger Murtaugh es el prototipo de poli americano a punto de jubilarse. Se trata del legendario personaje interpretado por Danny Glover en Arma Letal (en la primera, en la segunda, en la tercera, en la cuarta…).

Pues este gran personaje recibió un merecido homenaje en el episodio 19 de la cuarta temporada de Cómo conocí a vuestra madre.

¿No la has visto? Maaaaaaaaaal.

¿No sabes de qué hablo? Acuérdate de cambiarle la pila al marcapasos esta noche y sigue leyendo. Este es tu post.

Por ponernos un poco en situación. La serie cuenta la vida de unos neoyorkinos recién aterrizados en los treinta y no, no es Friends. El hilo conductor son los flashbacks producto de la historia que uno de los protagonistas les cuenta a sus hijos sobre cómo conoció a su madre.

Ted, el narrador, es un poco viejo prematuro. Barney (grande, grande, grande aunque no puedo dejar de ver al médico precoz) es un elemento sin escrúpulos con pasta y complejo de Peter Pan, que es cómo mola tener ese complejo.

En las fiestas en casa de Ted era un clásico el numerito americano del embudo, la manguera y cantidades ingentes de cerveza. Cuando la resaca de la fiesta de su 30 cumpleaños casi le mata, principalmente por el tema del embudo, decide escribir la lista Murtaugh.

La frase más repetida por este personaje después de escapar echando el bofe de un edificio que ha decidido explotar es:

- Estoy demasiado viejo para esta mierda.



Y en esa tónica elabora la lista. Cosas para las que se encuentra demasiado viejo:

1. Comerse una pizza entera de una sentada.
2. Ir a trabajar de empalmada.
3. Colgar posters sin marco.
4. Hacerse un piercing en una oreja.
5. Que tu madre te lave la ropa.
6. Quedarte en el sofá cama de un amigo en vez de en un hotel.
7. Retrasar el ir al médico.
8. Tomar chupitos con extraños.
9. Ayudar a un amigo en la mudanza a un sexto sin ascensor a cambio de pizza y cerveza.
10. Dejar un molesto mensaje de bienvenida en el contestador hecho entre dos personas.
11. Teñirse el pelo de un color divertido
12. Ir a una rave.
13. Llenar de papel higiénico un Laser Tag (en la serie tiene sentido).
14. Beer Bong (lo del embudo y la cerveza).

Ted lee su lista y Barney acepta el desafío de realizar todo en 24 horas. No os contaré el resultado.

La lista me parece un poco descafeinada pero el hecho de que, hasta ahora, sólo haya perpetrado la mitad exacta de esas cosas, que no preveo repetir muchas de ellas, unido a que última y sistemáticamente me quedo frita en el sofá todos los viernes en cuanto dan las once... A lo peor mi lista era mucho más triste.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Otra vez

¿Soy la única que tiene la impresión de que todos los días se celebra la Diada o el Aberri Eguna?

Que nadie se me enfade que no van por ahí los tiros. Paz, amor y que cada uno se manifieste por lo que le dé la gana.

Supongo que la gran repercusión que tienen en los medios y, principalmente, mi ignorancia sobre festejos en general, hacen que me parezca que cada dos por tres de celebra alguna de estas fiestas. Ya que estoy me he documentado y he descubierto que otro de mis problemas era que varias festividades distintas me parecían la misma.

Quien ya sepa de qué va esto se lo puede saltar. Pero es que yo soy un poco burra y así lo demuestro y, si se me vuelve a olvidar, tengo donde consultarlo.

San Jordi es el patrón de Cataluña y se celebra el 23 de abril. En esta fiesta es típico regalar flores y libros pero es día laborable. El 24 de septiembre es La Mercè pero sólo es fiesta en Barcelona y el 11 de septiembre se celebra la Diada que sí es el Día Nacional de Cataluña. Se recuerda la caída de Barcelona ante las tropas del rey Felipe V el 11 de septiembre de 1714, y la posterior pérdida de las instituciones catalanas.

Por otro lado, el Aberri Eguna es una celebración festiva del nacionalismo vasco que se convoca anualmente en el Domingo de Resurrección en los territorios de Euskal Herria y la diáspora repartida en el mundo entero. Fue creada por el Partido Nacionalista Vasco en 1932.

Wikipedia dixit.

Yo creo que me debo liar con algo más porque, sobre todo el Aberri Eguna, me parece verlo muy a menudo en la tele…

jueves, 10 de septiembre de 2009

Historias de no dormir III: tuto o muete

Mi Santo se fue un fin de semana con los compañeros de la universidad a la casa del pueblo de uno de ellos.

Debido a la alta ocupación, esta vez no fue posible adjudicarle una habitación de uso individual por lo que le tocó al pobre Martín, en sorteo ante notario, compartirla con él. Les tocó una habitación con dos camas gemelas.

Martín había pensado irse a dormir antes con la idea de que tener el ojo pegao antes de que comenzara el concierto. Pero la noche se lió y Mi Santo le tomó la delantera.

Cuando ya no le quedó más remedio, porque todo el mundo se había ido a la cama y no echaban nada decente por la tele, se dirigió cabizbajo hacia su habitación.

Abrió la puerta con mucho cuidado y el silencio que encontró le pareció música celestial.

- ¡No está roncando! Me meto en la cama como un ninja y toda la noche de un tirón.

Sin encender la luz, entró de puntillas en la habitación en completa oscuridad. Pegó un par de tropezones al pasar entre las camas pero nada suficiente para sacar a su compañero del estado de hibernación. Se sentó en su cama con mucho cuidado y se inclinó para quitarse las zapatillas con todo el sigilo posible.

En ese preciso instante, un rugido del averno generado a escasos veinte centímetros de su cara le dio el susto de su vida. Martín dio un brinco que casi se cae por el otro lado de la cama y el alarido del que fue acompañado el brinco se oyó en todo el pueblo.

Como estaba muy oscuro no había sido capaz de determinar en qué posición se encontraba Mi Santo al entrar en la habitación. En efecto. Encendió la luz y vio que tenía la jeta al bordecito mismo de la cama, delante de sus narices.

Martín lo cuenta como uno de los momentos más espeluznantes de su vida.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Zombis: Tercera Entrega

Adoro las pelis de zombis. Sobre todo las de zombis de verdad: los tontos. Me caen mucho mejor que esos que corren tanto, se suben por las paredes y gritan como Mónica Naranjo con bronquitis.

Además, como ya pudimos aprender con la “Guía de supervivencia zombi” de Max Brooks, un zombi es una persona enfermita, así que nunca podrá correr los 100 m en 9 segundos y pico o subirse por las paredes como Spiderman si antes de contagiarse no era Usain Bolt o Peter Parker.

Pues eso, que me gustan mucho 28 días y semanas después, Resident Evil, Amanecer de los muertos, Soy leyenda, La Serpiente y el Arco Iris y todas en las que los zombies dan miedito… Pero las mejores son las más auténticas.

Aquí una recopilación de las que me parecen más graciosas.

Zombies Party (Shaun of the Death, 2004)

Hay muchos momentos míticos en esta peli, como cuando los protagonistas discuten sobre qué vinilos son prescindibles para ser usados como arma arrojadiza o el apaleamiento de un zombi al ritmo de “Don’t stop me now” de Queen.

Pero lo que más me gusta es lo que tardan en darse cuenta de que los zombis lo son. Pasan todo un día pensando que son los colgados del barrio de siempre que están borrachos o de resaca.




Ovejas asesinas, (Black sheep, 2007)

El trailer quiere dar miedo pero no nos podemos olvidar de una cosa: son ovejas asesinas. Si hubiera un premio al bicho más estúpido e inofensivo se lo llevarían las ovejas. Que un extraño experimento las haga carnívoras y agresivas las convierte en el mejor zombi que he visto. Divertidísima.



Tu madre se ha comido a mi perro (Braindead, 1992)

La duda es inevitable. ¿Peter Jackson prefiere rodar El Señor de los Anillos y King Kong o lo que verdaderamente le mola es gastar 15 hectolitros de ketchup en una paranoia gore de bajo coste?

Impagable ver a Diana Peñalver (chiiiiiicas de hoy en díííííía) diciéndole a su novio el título de la película, a lo que el protagonista le contesta: “No todo”, mientras saca los restos del rabo del perro de la boca de su madre.

Ojo que es un trailer pero tiene bastante tomate.

martes, 8 de septiembre de 2009

Zombis: Segunda Entrega

En la primera entrega hablaba de una guía de supervivencia zombi. Completo compendio de consejos para que los humanos intenten sobrevivir al ataque de estos bichos.

Pues aquí tenemos lo contrario. Que ellos también tienen derecho. Angelicos.

Por si no carga, lo podéis ver aquí.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Objetivos cumplidos

Coldplay


Ruta del Modernismo

Bharma


sábado, 5 de septiembre de 2009

Historias de no dormir II: en cama ajena

Un verano, antes de que Mi Santo ostentara ese cargo, se fue con unos amigos a la playa. La expedición estaba formada por la típica cuadrilla de amiguitos de toda la vida más un “amigo de”, un añadido de última hora.

El conocerse desde hace muchos años y ser un poco cabroncetes hace que pusieran a “amigo de” a dormir con Mi Santo. No sabía el pobre dónde se metía.

Los muchachos salieron de fiesta y se recogieron a una temprana hora de la madrugada. A la mañana siguiente, un integrante de la expedición se encontró a “amigo de” hecho un ovillo en el sofá, tapado con una sábana hasta los ojos y con cara de haber visto al diablo.

- Pero, ¿qué te pasa tío? ¿Qué haces aquí?

- ¿Que qué hago aquí? Tu amigo ronca como un animal y no conseguía dormir. Pero cuando ya me estaba quedando frito me despierto del susto porque se estaba metiendo en mi cama! Le he gritado y no contestaba pero se seguía metiendo en mi cama! ¡He tenido que salir por patas de allí!

El amigo se empezó a descojonar y le contó a “amigo de” que Mi Santo era un poco sonámbulo pero inofensivo y que no era nada personal. Debía haberse levantado, darse un paseo, desorientarse y meterse en cama ajena pensando que era la suya.

- Sí, sí, lo que tú quieras, pero yo no vuelvo a dormir con ese tío.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Bharma

Esta tarde nos vamos a Barcelona con un doble propósito que se acaba de convertir en triple. Los propósitos iniciales eran ver a Coldplay esta noche y hacer lo que nos queda de la Ruta del Modernismo entre mañana y pasado.

Pero me acabo de encontrar una cosa a la que le tendremos que hacer un hueco.

Ya sé que el nombre en sí es un poco espoiler pero, a estas alturas del partido, quien no haya visto Lost, es que no le importan los espoilers. Amos digo yo. De todos modos tampoco es nada grave. Se trata de un bar que abrieron hace un par de años en Barcelona y que está ambientado en la serie.


Suelen poner los episodios y han hecho maratones de temporadas completas con unas normas de lo más curiosas. Cada maratón es un concurso que supongo que ganará quien más aguante. Suele consistir en 17 horas de visionado (de 10.00 a.m. a 03.00 a.m.) con un descanso de 40 minutos para comer y 5 tickets que se pueden canjear por descansos de 10 minutos. Si hay empate, se resuelve con el trivial de Lost.

Me encanta lo de los tickets. Me imagino la red de contrabando que se crearía para aprovecharse de los concursantes con vejiga pequeña.

Aquí los sufridores.


Para superar los bajones disponen de bebida energética Bharma.


Y, como no podría ser de otra manera, hay tribu. A los seguidores les llaman Losties. ¿Seré una Lostie? Ya le preguntaré a mi médico. De todos modos, siempre suena menos pringui que Treki.

Bharma
Pedro IV, 93
Barcelona

jueves, 3 de septiembre de 2009

Tom y Jerry

Cuando era pequeña e iba a Murcia a casa de mis tíos, siempre estaba deseando que los mayores se pusieran a hacer cosas de mayores para zamparme por enésima vez un vídeo de Tom y Jerry que me encantaba.

No es que mi familia sea precisamente numerosa. Por esta parte, la de mi madre, fui nieta y sobrina única durante bastantes años. Así que había que buscarse la vida para pasar el rato. El consumo de tele en casa estaba estrictamente racionado y controlado pero con esto hacían una excepción porque siempre se apuntaba algún mayor al visionado y se tronchaba de risa.

Ese fue mi primer contacto con la tiranía tecnológica de la incompatibilidad de formatos. Siempre intentaba que me dejaran llevarme la cinta a casa y siempre encontraba la misma respuesta.

- No es que no te la quiera dar pero es que no te va a servir de nada. Nuestro vídeo es Beta y el vuestro VHS. No la vas a poder ver en casa.

A mí eso me sonaba menos creíble que la historia aquella del perro que se llevó mi chupete. Pero me aguantaba.

En esa cinta estaban mis tres cortos favoritos:

El del concierto de piano (The Cat Concerto, 1946).




El del huérfano y la cena de Acción de Gracias (The Little Orphan, 1948).



Y el del patinaje sobre hielo (Mice Follies, 1954).



Hay que reconocer que son violentos y que el rencor, la venganza y el odio eterno y a muerte son los mejores valores que enseñan. Pero digo yo que todos los que los vimos de pequeños no hemos salido tan mal.

Yo nunca me he puesto tan violenta con nadie (menos aquella vez en la que…) pero tengo que reconocer que lo de la pista de hielo en la cocina sí que lo intenté. Menos mal que, antes de inundarla, busqué los tubos esos de la nevera que producían el milagro y, al no encontrarlos, desistí.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Historias de no dormir

Aunque esto de las secciones se me está yendo un poco de las manos me voy a arriesgar a inaugurar otra. A ver si soy capaz de mantenerla.

No me he equivocado en el título, no, es que la sección va de eso. Yo suelo dormir como un tronco y supongo que eso ha permitido que Mi Santo y yo sigamos juntos.

Comencemos la terapia:

- ¡Hola! Me llamo Inverosímil y Mi Santo ronca y es un poco sonámbulo.

Lo primero es más habitual pero a todo hay quien gana. Amigos de Mi Santo que alguna vez han tenido que yacer a su lado (dormir no lo consiguieron) no se explican cómo consigo pegar ojo. Pero yo ya me acostumbré.

Lo del sonambulismo ya es más peculiar. De adulto se ha apaciguado bastante y suele reducirse a hablar por los codos. Esto es molesto a la par que muy divertido porque suele contestar cuando le hablas. Pero de pequeño… allí sólo faltaba la vaquilla para que pareciera el Gran Prix: carreras por los pasillos, cambios de vestuario, redecorado de la habitación, filípicas al armario… Una joyita.

La otra noche abro un ojo y me encuentro un espectáculo, cuanto menos, insólito. Veo a Mi Santo a lo Trinity Matrix Reloaded encaramado encima de la cama y mirándome con cara de despiste.

Menos mal que no iba encuerado ni llevaba casco. Con el pijama ya impacta lo suficiente.

Conseguí que se ubicara, se bajara de la cama y se sentara en ella. Casi se queda frito allí sentado pero finalmente fue reconducido hasta su amiga la almohada y retomó el concierto de pedorreta y resoplo en do menor sin mediar palabra.

Yo ya estoy bastante curada de espanto pero, cuando recordé el episodio a la mañana siguiente, me sorprendió la calma con la que me lo había tomado. Mi Santo, por supuesto, no se acordaba de nada.

Próxima entrega: en cama ajena.

martes, 1 de septiembre de 2009

La culpa

La culpa judeocristiana es algo que todos tenemos más inculcado de lo que creemos. Pero es que hay algunos que tienen razones para sentir culpa independientemente de la religión que la cause.

Este verano me contó una amiga una historia sobre su hermano que versa sobre el tema.

Este chico, al que llamaremos Juan, cuando tenía unos doce años estaba montando en monopatín con unos amigos en el parque que estaba debajo de su casa. Sus amigos no acertaban a explicar qué había pasado cuando, sin razón aparente, se desplomó. Cuando llegaron hasta él, le levantaron y vieron que sangraba abundantemente por la cabeza.

Lo llevaron corriendo a casa y allí le atendió su tío, quien limpió la herida y diagnosticó que se debía haber producido por el golpe que se dio al caer. Juan no conseguía acordarse de lo que había pasado.

Pasaron los años y Juan tuvo que empezar a pasar más tiempo en la mesa de estudio que con el monopatín. Mi amiga define el estudiar de su hermano como ansioso. Dice que hincaba los codos y se tiraba del pelo con las manos y se rascaba la cabeza compulsivamente.

En uno de esos arrebatos culturales una pequeña bola de metal cayó sobre el libro proveniente de su cabeza. A Juan le dio un ataque de pánico y empezó a gritar:

- ¡Me ha salido una bola de la cabeza!

En mitad de la crisis, se tocaba la cabeza tratando de encontrar de dónde había salido aquello. Un pequeño agujero en todo lo alto parecía el origen.

Al oír los gritos, su hermana mayor entró en la habitación y se encontró a Juan un tanto alterado. Juan le enseñó la bolita, le dijo que le había salido de la cabeza y que ahora tenía un agujero en su lugar.

- ¿Tú estás tonto? ¿Cómo te va a salir eso de la cabeza?

A la hermana no le pareció verosímil la historia y decidió pasar al método empírico. Cogió la bolita y comprobó si encajaba en el agujero.

- Anda, ¡pues sí cabe!

Y sí, encajaba a la perfección. Su hermana le había vuelto a incrustar la bolita en el cráneo.

Como era de esperar, esto no amainó la histeria de Juan.

- Pero, ¿estás loca? ¿Qué has hecho? ¡Sácamela! ¡Sácamela!

Cuando algún adulto tomó cartas en el asunto, pudo comprobar que la dichosa bolita parecía un perdigón. Nadie se explicaba cómo el cráneo de Juan se había convertido en una fábrica de munición hasta que alguien recordó el episodio del monopatín.

Así la historia tenía cierta lógica, pero en la familia había algunos escépticos al respecto. Se negaban a admitir que alguno de sus vecinos fuera francotirador o que Juan hubiera hecho algo tan gordo como para que alguien quisiera matarlo antes de los doce años.

El tiempo pasó y Juan alcanzó la edad suficiente para poder entrar a locales nocturnos. Una noche un chico, que sólo le sonaba vagamente, le saludó efusivamente. Era un vecino de casa de sus padres al que hacía muchísimos años que no veía. De pequeños eran amigos pero luego dejaron de verse.

El chico se comportaba de manera extraña y no dejaba de invitarle a copas. Cuando ya iban por la cuarta, el vecino dejó de hablar de repente y miró a Juan fijamente:

- Mira, ya no puedo guardar esto más tiempo... tengo que decírtelo.

Juan, como es normal, esperaba una salida del armario seguida de una incómoda declaración de amor.

- Yo te disparé.

A Juan se le cayó el vaso de la mano de la impresión.

El vecino le explicó que aquel día le habían regalado una escopeta de perdigones y le pareció buena idea comprobar qué tal funcionaba. Nunca pensó que fuera a hacer diana. Pasó muchos meses después maldiciendo su buena puntería.

Después del disparo, vio desplomarse a Juan y creyó que lo había matado. Soltó la escopeta y se encerró en el baño a perpetrar su mejor imitación del niño autista oscilante. El destino quiso que a los dos días del incidente Juan se fuera dos semanas de campamento. El no verle por el barrio hacía que sus temores crecieran pero el miedo no le dejaba preguntar por él. Era un asesino y eso sería incriminarse.

Cuando por fin Juan volvió y le vio en el parque, se terminaron los días más angustiosos de su vida. Nunca hasta el día del encuentro fue capaz de reunir el valor suficiente para confesar y por eso dejaron de ser amigos.

Y ésta, amiguitos, es la lección de hoy: si creéis que habéis matado a alguien, nunca confeséis. Es mejor perder a un amigo que pasar la infancia en un correccional.